Mundo Dedé

Borradores de la mitad de mí


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Niebla

La gente está cerca, alrededor, transita rozándote, casi hombro con hombro. Hay personas frente a mí, pasan los coches con ruidos mastodónticos, autobuses cavernarios y taxis esteparios. La gran sabana de la ciudad está bien pobladita. En cambio, una niebla grisácea de arena y un verde tropical en suspensión me impiden verlo todo con claridad.

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La mitad de mí

Es suficientemente escarpada la vida cuando la escalamos con todo el equipo recomendado de alta montaña. Al Everest se le puede derrotar con una mochila de lona, un plato de tsampa y las mejillas quemadas por el sol. Miren a Hillary.

Pero dame oxígeno, un buen vivac de náilon y suplementos vitamínicos y te subo antes el Makalu. Bueno, digo que seguramente alguien lo haría, no yo, claro.

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Sensibilidad

Dicen que tengo sensibilidad, me lo han dicho varias veces, como un elogio. Qué sensible eres, me han dicho alguna vez. Sensible en el sentido de estar afectado de forma íntima por lo que te rodea o sucede. No en el sentido de tener alerta los cinco sentidos, aunque también. En la segunda acepción es como si te dijeran: «¡Qué correctamente te funcionan la vista, el oído, el tacto, el olfato, el gusto…». Eso, en la sociedad actual, no tiene mérito. En el país de los tuertos puede que sí. Allí ya sabemos que el ciego es el rey. Y también sabemos que no hay mejor ciego que el que no quiere ver.

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Carta a D.

Me pides «escríbeme algo». «Piensa en mí y escríbeme algo». También me dices, o más bien me bendices, como anoche a modo de despedida, con una avalancha de palabras rebosantes de generosa vida, algo parecido a esto: «Que tu día de hoy sea feliz, que tu familia y amigos te regalen todo su amor y cariño, que en este año se cumplan todos tus proyectos y que sueñes con los angelitos». Yo replico «y que no me piquen los chinches» y tú te ríes; a veces mucho, como si mis pequeños chistes burbujearan alrededor de ti y te hicieran cosquillas.

Anteayer fue mi cumpleaños, he cumplido 40 años. Sigue leyendo


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Después de tanto tiempo

Después de tanto tiempo, esto que llamamos vida se vuelve a metamorfosear, muta (como una hija de puta) y te sorprende como podría hacerlo un infarto o un accidente, pero a lo guay. Hace un año fui a comer con el mejor amigo de mi abuelo. Me acompañaron dos amigos, uno no tenía ni idea de adónde iba y el otro sí, de sobra. El segundo es escultor en sus ratos libres con aspiraciones a serlo a tiempo completo. El primero estaba de baja por una lesión de rodilla y para él aquello fue una distracción. Imaginen que me preguntó si aquel señor era de izquierdas o derechas… Con eso lo digo todo.  La cosa fue que Jorge, que así se llama ese republicano de aspecto salvaje y personalidad exhuberante, un treintañero de 84 años (que me costó hacerle confesar por coquetería pero que desveló pasadas unas semanas, ya en la comida del 14 de abril), dijo algo que no he olvidado.

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