Hay una cosa que me preocupaba antes y ahora simplemente tolero. Es la cruda realidad de sentirme a medio gas, con las fuerzas justas, a veces insuficientes, para, pongamos por caso, cruzar una calle. O salir a ella.
Esta enfermedad traicionera te sorprende cuando menos te lo esperas, sobre todo cuando te relajas. Entonces el cuerpo desconecta y no saldría nunca de su letargo. Aprovecha la menor oportunidad para tirarse a la bartola, mandar al carajo los compromisos. Estar toda la semana supeditado a las obligaciones supone que cuando llega la mínima posibilidad de descanso se prescinda de lo evitable, que suele ser la vida social. Así que aquí estoy, viviendo con la mitad de mis fuerzas, un cuarto, un tercio, la décima parte, con una estupenda paella y veinte personas esperando y yo sin fuerzas para pegarme una ducha y salir a la puta calle.
Es curioso porque, a pesar de sentir plomo en mis juntas y engranajes, luego me ducho, me visto con mi elección preferida fruto de un recientemente bien cuidado fondo de armario y salgo a la calle sorprendido del calor del sol en febrero y soy uno de los primeros en llegar a la paella.
Así que vivo a medio gas, sí, pero sólo si me miro a mí mismo con exigencia y me culpo de mi agotamiento.
Esta semana ha sido el festival de cuentos organizado por mi padre. Ha habido dos días que no he podido ir y me he perdido, por lo tanto, a cuatro narradores participantes. La rabia ha sido importante. Pero no podía con mi alma. Pero me quedo con que he podido ver a José Manuel Garzón, amigo actor y casi miembro de la familia. La experiencia de haberle visto merece un post aparte, porque ahora me voy a por la paella.
Sólo diré que me sorprendió y me produjo una satisfacción enorme: ver a alguien que siempre había interpretado textos ajenos, muy bien por cierto, tomar las riendas de su creatividad y utilizar lo que realmente le importa en la vida para comunicarlo al público. Garzón habló de su hijo, de su padre y, finalmente, con un golpe de efecto magistral, valiente, propio de alguien sin prejuicios que ha digerido años de trabajo artístico, después de habernos hecho reír y habernos emocionado, culminó su espectáculo con un círculo cerrado. Fue un hermoso regalo que no voy a describir por si alguien que lea estas líneas tienes la oportunidad de verlo. Para describirlo Garzón ha necesitado una transformación interior, que seguramente le ha hecho subir varios peldaños en el plano personal. Así que no voy a ser yo el que va a empobrecer con cuatro palabrejas tamaño logro.
¿Y qué tiene que ver esto que cuento con lo que me pasa a mí? Nada y mucho, a la vez. Tal vez que creo que hay que aprovechar lo mejor de uno, un tercio, la mitad, la décima parte, para ser sincero, honesto, y que lo sepan los demás. Así todo este esfuerzo que supone la vida valdrá la pena.
febrero 25, 2007 en 6:00 pm
Como quisiera estar en este momento alla, disfrutando del Festival!!, creo que tu mismo has hecho lo que dices que hizo Garzón en su espectaculo.
Espero difrutaras mucho de la paella!!
Un abrazo
febrero 25, 2007 en 9:28 pm
La paella estuvo buenísima.
Un abrazo, Natalia.
marzo 16, 2007 en 2:50 pm
Pos eso, una paellade vez en cuando y un poco de sangría es el no va más, resucita a un muerto.
Disfruta el día a día (carpe diem).