Mundo Dedé

Borradores de la mitad de mí

¿No hay mal que por bien no venga?

2 comentarios


Es una resaca perpetua. Ese tipo de resaca que cierra los párpados, hace arder los ojos, resquebraja el cerebro, empuja tus pasos hacia un único lugar: el sofá. Una vez acomodado en mi rincón preferido, junto al posabrazos, agarro el mando a distancia sin mirar. Pero mi mano derecha coje el móvil en su lugar. Eso lo sé cuando miro, porque antes no me he dado cuenta de si he cogido un trozo de plástico rectangular o un manojo de llaves.

Tengo las manos parcialmente insensibles y cojeo muy levemente del pie izquierdo. Con lo cual ya he descartado jugar profesionalmente al baloncesto. Pero qué novedad.

Aún así, a pesar de tener que sentarme exhausto después de una mañana de trajín o de sentir que la cabeza es un rompecabezas. A pesar de que para mí comer a mi hora sea algo imprescindible bajo peligro de un dolor craneal intenso. A pesar de que la siesta no es un lujo sino una necesidad. A pesar de que por las noches no pueda salir a lugares públicos infestados de humo. A pesar de que mi cuerpo se queja de un trayecto en coche o un viaje en tren. A pesar de que tratar conmigo es a veces difícil, ya que los inconvenientes de la vida me son más difíciles de soportar. A pesar de que no puedo vivir sin agua cerca, ya que más de una semana sin ir a nadar repercute en mi estado físico y, lo peor, anímico. A pesar de que como mucho puedo tomar de vez en cuando un dedito de vino. A pesar de que tengo que evitar cosas deliciosas como un entrecot o un tiramisú (gracias a los dioses del Olimpo que puedo cepillarme de vez en cuando una tabla de quesos franceses). A pesar de que tengo que tener cerca una tienda de dietética bien surtida de Ester-C, aceite de onagra, aceite de pescado, lecitina de soja, vitaminas VM-75 de Solgar, todo ello a precio de oro. A pesar de que, quiera o no quiera, no puedo evitar que el puto temita de la esclerosis múltiple tenga que salir en dos conversaciones de cada tres. A pesar de que la gente te diga que qué bien te ve cuando tú te sientes ese día como una mierda. A pesar de que la pregunta clásica del ¿cómo estás? haya cobrado un nuevo valor. A pesar de olvidar cosas, de no saber cargar con tres tareas a la vez sin sentirme estresado, de no tener ganas de lidiar con el típico gilipollas, o con las personas que gritan en vez de hablar, o con los adolescentes sobrecargados de testosterona, o con la música demasiado alta, o con los bares con la tele puesta y los restaurantes en los que los camareros gritan a tu oído la comanda. A pesar de todas esas cosas y de otras que olvido, la vida es dos veces vida.

Me sé detener en medio del puente de Altamira y sentir el placer de tanto verde de palmeras y el torrente de luz que atraviesa el cauce del Vinalopó. Como los abuelos, sé sonreir cuando me encuentro mal. Porque sé lo que es estar peor. Sé disminuir las pulsaciones en momentos críticos en los que antes me enervaba y perdía los papeles. Tengo capacidad de sufrimiento, y no es el momento de explicaros por qué. Sé arremolinarme en la cama con un libro, dando gracias a los dioses del Olimpo por haber hecho posible la creación del colchón de látex. Sé ir al meollo de las cosas, sé mirar a los ojos de la gente, sé no ignorar a nadie, sé mejorar mi relación con todo el mundo, sé crecer (aunque todavía no multiplicarme), sé que me quiero, que ya es bastante.

Y todo eso, como imaginaréis, también se lo debo a la em. A la genética, a la educación, a los golpes que me ha dado la vida, a las victorias y los fracasos, a mis padres, a mis abuelos, a mis ex novias, a mis ex amigos y a mis amigos (que son los mismos).

Pero también a la em.

2 pensamientos en “¿No hay mal que por bien no venga?

  1. ¿En serio? Sí, suponía que era un sentimiento que podía compartir con alquien más.

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