Ayer fui a ver una comedia sobre los problemas para coincidir y encontrar pareja más allá de los 30 o 40. Un montón de gente famosa, como los llamó mi acompañante, comparten ese problema, incluidos los que ganan un millón de dólares por salir de casa, tipo Jennifer Aniston, Drew Barrymore y los machos más machos de Hollywood. Es un consuelo. Y de eso trata la película, de que nos podamos ver reflejados en gente rica y famosa que también sufre las mismas inseguridades y reveses que da el amor.

Antes de ir, diez minutos antes, me puse a escribir un nuevo poema y empezó a salirme prosa. Creo que empiezo la transición, o eso pretendo. Lo he terminado esta mañana. No estoy contento, no me gusta mucho. Pero por lo menos me puede servir para pasar de los poemas incomprensibles, aunque bonitos a veces, a lo que de verdad me interesa, que es la narrativa. Eso sí, la poesía, lo poco que sé de ella, le puede contagiar mucho aliento a la prosa. O eso pretendo.

A ver si consigo ponerme a escribir con regularidad, seréis los primeros en leerlo. El otro día me junté con un profesor que se llama igual que un amigo mío (nombre y apellidos), al que había dado a leer mi libro de relatos antes de la Navidad. Me regaló bastante los oídos. En primer lugar, dijo que se trataba de una novela, por su unidad. Que lo leyó de un tirón y le pareció que estaba bien escrito. Elogió bastante el tratamiento del personaje principal, al que ahora mismo no sabría definir si no lo leéis. Y, aunque le pareció laborioso de leer, la ausencia de trama a la antigua usanza, sin verdadero conflicto, le pareció una buena apuesta. Me comparó con Proust, con un argentino llamado Alan Pauls (al que tengo que leer) e, increíblemente, con el Salinger de Franny y Zooey. Esto último directamente me alegró el día, el mes y el año ya sería mucho decir.

En fin, que esto es lo que escribí antes de ir ayer al cine:

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¿Sabes? No hay nada en el cráneo que tú no sepas. Retira lo dicho, y lo redicho, que tu alma espera. Sabes que soy yo y no tú, y que somos tú y yo, los dos. Siempre fue así y ahora no es momento para lamentaciones y apelativos cariñosos, pienso. Sé que vas a venir y volver, que tu doble vez, y tu doblez, se encaraman quizás, tal vez se superponen, montoncitos de piel con aroma a colonia para niños. No sé por qué te digo esto, tampoco te conozco y tú a mí sí, en un anonimato mutuo nos deslizamos gravilla abajo, riendo el llanto con manos ensangrentadas, Lucía, Marta, Josefa, Manuela, Nicolasa, Esmé, Phoebe, Maggie, Angie, tú. Iremos a las películas de la mano los cien, quinientos enamorados que guardan cola para ver un blockbuster estrenado hoy, justo antes de la ceremonia de los Oscar retransmitida en directo a todas las barracas mugrientas, a cada chabola nauseabunda, hasta el último ranchito ruinoso, de aquí y hasta la última Villa Miseria de la trama de hilo fino que borda geográficamente bordes, pasos, aduanas.