Llevo mucho tiempo sin escribir en este mi (nuestro) diario: unas páginas algo exhibicionistas que podrían serlo más si no me contuviera a veces para no torturar al sufrido lector (imaginaros que entra alguien y me oye quejarme de, digamos, un callo en el pie, ¡qué imagen!). Estoy a punto de terminar el semestre, me faltan… (tengo el calendario delante, siempre tengo el calendario delante, aunque también suele perseguirme por detrás); digo que me faltan exactamente 19 días para terminar. Y dos trabajos (hechos a medias) que entregar y varias postulaciones al doctorado que hacer. Porque sí, he decidido solicitar en dos o tres universidades para el año que viene y luego veré.

Me lo he pensado y repensado y como si nada, mi cerebro no ha sacado mucho en claro. A pesar de los consejos desde aquí y desde allá para que me quede en gringolandia, a pesar de que yo mismo sé que es lo más razonable teniendo en cuenta cómo está la cosa en mi querida y puta España. El único voto claro para que me vuelva es el de mi madre pero, claro, es lo que dicen todas las madres: «Vuélvete a casa hijo, ¿pero qué haces por ahí? Y yendo en avión cada vez, que se pueden caer». Y yo que no pasa nada, mamá, que no puedo irme a beber anís y jugar al julepe en nuestra mesa camilla como si fuera un gay retirado de los que se peinan como sus madres. No querrás que termine como el hijo de Psicosis, ¿verdad? Ya sé que no, no me hagas caso, es un simple desahogo de la vida académica esta que llevo, que cualquier día me vuelvo locooooo (jjeje).

O sea que he empezado otra vez los trámites administrativos para solicitar ingreso en dos universidades, una está al sur y la otra muy al sur. Digamos, no quiero mencionarlas para que no me googlee nadie, que una es la cuna del country y la otra es donde vive Julio Iglesias. O sea, que música va a haber. En esta última parece que tengo algunas posibilidades de entrar, ya me he puesto en contacto y parecen receptivos. El sitio suena muy bien, por el ambiente que se respira tan sólo visitando su web y echando un  vistazo. Me han invitado a que participe en una conferencia en marzo y resulta que trata sobre el amor. Así que no veas la alegría que me he llevado de que en el sitio donde es posible que viva a partir del año que viene (y por espacio de cinco largos años) tengan tan agradables intereses.

Y luego está el calor. Quizás demasiado, es el Caribe, por dios. Pero lo que sea con tal de huír del frío de Pensilvania. Que el otro día hablando con una lugareña pensilvaniana me juraba y perjuraba que aquí no hace frío. No, es que han dejado la puerta abierta. Pero no adelantemos acontecimientos que todavía el tiempo está siendo benévolo, ya llegará febrero (de los cojones). El caso es que allá en el infinito sur la cosa pinta de otra manera. Si me cojen.

Todavía no he decidido postular a un tercer sitio, es posible que lo haga. Pero no más (entre otras cosas porque no tengo más copias de mi título de Periodismo). Ya he empezado los trámites y me ha venido de repente el agobio de aquellos meses pasados en la mesa camilla de mi madre, con una conexión a internet robada y el portátil mandando solicitudes a lo largo y ancho de Estados Unidos (9, nada menos). Me han venido esos bonitos recuerdos al toparme de nuevo con la informática y las tocaduras de narices de los que inventaron el jodido internet. Pero dejémoslo, que no me quiero calentar. Esta gente (los gringos) se aseguran de que te quedes porque, después de lo que te hacen pasar para llegar aquí, dices: «¿Y todo ese esfuerzo para volver a la mesa camilla?». Perdón, mamá, no es mi intención. Ya sé que ni siquiera tienes mesa camilla. De todas formas vuelvo a ella encantado un mes por Navidad y tres para el verano, que no es poco. El problema no eres tú, son los americanos estos. Es que me he peleado hace un rato con una máquina. No ha habido sangre. Y encima tengo que dar gracias de que existan y de que «te faciliten la vida».

Quizás postule a dos más, una por encima y otra por debajo de mis posibilidades. Para asegurarme de que no me voy a quedar en tierra y que voy a seguir disfrutando de esta vida universitaria con ríos de alcohol y sexo desenfrenado. Hoy una estudiante me contaba lo que pasa en los dormitorios, y en las duchas de los dormitorios, a diario. El otro día un estudiante me contaba lo que pasa en los baños del tercer piso de la biblioteca. Y las fiestas salvajes de cada fin de semana. En fin, como en las películas. A esta chica le pusieron una vez una multa por tener alcohol en la habitación de la residencia, 100 dólares por botella, 5 botellas. No estaba muy apesadumbrada cuando me lo ha contado. Por cierto que se va con unas amigas a Las Vegas a pasar las vacaciones de Acción de Gracias (la semana que viene, de miércoles a domingo).

Mañana voy a ver un partido de la NBA, los Sixers contra los Grizzlies de Marc Gasol. Y ya tengo la entrada para ver a los Lakers de su hermano Pau en enero. Por lo demás, estoy mucho mejor de salud desde que dejé de trabajar. Esto es otra cosa. Todavía no me creo que voy a estar así hasta que termine en junio. Mi única obligación es estudiar, eso sí.

En los últimos días me he encontrado a varios antiguos alumnos, me ha dado alegría ver que me recuerdan con cariño. Hay algunos que ni te saludan después del esfuerzo que has hecho por ellos. Pero que unos pocos te consideren un buen profesor para mí es suficiente. El otro día, en una clase de una profesora que me pidió que diera una pequeña charla sobre Miguel Hernández, descubrí que una chica dormía, se le caía la cabeza y todo. Y eso que les hablé de una joven de 17 años a la que llamaban Rosario Dinamitera que se lanzaba bajo los tanques fascistas para hacerlos explotar. Seguramente habría habido juerga la noche anterior en el dormitorio.