Traspaso el estos días polvoriento jardín y refugio para pájaros de la señora Sharpe. Polvoriento, no sé bien por qué. Imagino que el frío levanta infinidad de escamas a la tierra. Nada que ver con el polvo del Sahara que nos acompaña de continuo en el Mediterráneo, pongo por caso. Pero polvo al fin y al cabo. Las temperaturas en realidad han subido un poco desde hace un par de días, también hace sol de vez en cuando y dan ganas a uno de encararlo, desafiante. El campus se ha convertido en un lugar manejable, agradable, casi aburrido, si no fuera porque te permite ser espectador de escenas protagonizadas por posadolescentes convencidos de estar viviendo sus mejores años. Nada del otro mundo, quitando proezas deportivas o alardes físicos que sólo sorprenden a un madurito como yo. En realidad, se trata de escenas sencillas como la de un saludo entre amigos: llega él y la abraza a ella de forma aséptica, casi sin tocarla, igual que hacemos los españoles cuando nos besamos en las dos mejillas o, mejor dicho, en el aire de las dos mejillas. Hay juegos de miradas, alguien se toca levemente, una pareja se reúne o se distancia como en un muelle sexual gozoso e invisible y privado. Yo lo reconozco porque fueron alumnos míos y empezaron a salir a los pocos días de empezar el curso.
También me he quedado impactado con una imagen, la de una rubia altísima, tan alta que su cara se veía en perspectiva pequeña y afilada allá a lo lejos en las alturas mientras caminaba por el pasillo del edificio Mendel. Pero lo interesante de la imagen es que la gigantesca jovencita caminaba al lado de un chaparrito de aspecto mexicano, o hondureño o salvadoreño, de piernas regordetas, gafas y pelo negro encrespado que miraba hacia arriba a su compañera. Muy arriba, debería decir. El contraste era evidente y resume lo que es esto, gente de metro noventa y otra de metro cincuenta conversando por el pasillo de la universidad disimulando una tortícolis de caballo. Convivencia, al menos, de momento.
Por primera vez desde que llegué aquí, en agosto de 2008, he tenido tiempo para hacer algo que estaba queriendo hacer. He ido a la biblioteca Falvey y he sacado varios documentos por impresora, sobre jardinería y sobre masonería. También he pensado en mis estudios y he aprovechado para imprimir algunos artículos acerca de la obra de Roberto Bolaño y para pedir que me traigan del servicio de préstamo de otras bibliotecas una novela suya, Los detectives salvajes. No sé si la voy a necesitar para el trabajo que tengo en mente hacer pero me siento mejor con la idea de tener esa novela cerca. Sólo con saber que está de camino ya me siento mejor.
Ahora estoy solo en casa, mi compañero peruano se ha ido a pasar el fin de semana fuera, a Washington y luego a Boston. Otro de mis amigos también planeaba irse, no sé si finalmente lo hará. Yo quizás vaya a casa de los gemelos puertorriqueños con mi compañero de Plasencia. También debo ir a comer a casa de Rosita para darle el turrón para ella y el CD-Rom para sus niñas. El lunes es fiesta, es el día de Martin Luther King Jr.
enero 16, 2010 en 10:20 pm
O sea, que voy a ser el primero…
Claro, no me extraña, porque nos has monstruado así de feos.
Sabes ese que dice:
«El obispo llega a la catedral después de la procesión del Corpus. Y su sacristán le pregunta:
¿Cómo se encuentra su señoría?
El O bispo responde: ¿Su señoría? Está matadita de los pies.»
Pues así estoy yo: «matadita» de to el cuerpo. Y aún me falta una semana para el estreno…
Acuérdate el día 23 y rézale a Sidi Bel Abbes, para que me proteja.
enero 16, 2010 en 10:21 pm
¡Hinchalá!
enero 16, 2010 en 10:30 pm
¡Hinchalá!
enero 17, 2010 en 3:55 am
¡Hinchalá!?????????????????????
Yo rezaré…. Y allí estaré. Un besazo………..