Mundo Dedé

Borradores de la mitad de mí


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Yo en Fnac

Gracias a todos los que habéis querido seguirme en Mundo Dedé. Aquí voy a ir compartiendo las entradas de los borradores de mi futura segunda novela, que todavía lleva pañales. Tengo 12 capítulos esbozados, pero con el número 2 ya os podéis ir haciendo una idea de qué va a ir la cosa. El 1 todavía está solo hilvanado. Lo considero quizás el más importante y le tengo mucho respeto. Lo que sí puedo decir es el título de todo el libro, que es el segundo de una presunta trilogía que se llamaría «El árbol del día y de la noche». Este segundo volumen lo he bautizado «Nieva sobre nevado». Como adivinareis, tiene un componente político importante. Es mi manera de desquitarme de mi breve experiencia política creando en un mundo ficticio la sociedad que yo y muchos soñamos. Cada vez tengo más claro que tus esquemas mentales son más sólidos que los reales. Y sobre todo, seguro que más gratificantes, ya que sólo dependen de uno, no de las luchas entre muchas mentes cada una tirando para su lado. Aquí, en pocas palabras, el que manda soy yo. Eso sí, con permiso de todas las personas que vivieron o recuerdan los episodios narrados o imaginados. Una vez creado este universo particular, habré cumplido una deuda pendiente y largo tiempo prometida, la de contar (a mi manera) la historia de mis abuelos, de sus vivencias de guerra y exilio. He llegado a la conclusión de que en esta historia que tanto ha marcado a mi familia paterna (la materna será protagonista de la tercera), está la clave de mi propia vida. De la pasada y de la que queda por venir.


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Visita real

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En aquella época todavía tenían la fea costumbre de vallar los parques. Antes los jardines se cerraban por miedo a los ladrones o a los animales; no existía el concepto de parque público, eran espacios privados, propiedad de ricos o nobles. Sería por miedo a que una sola cabra pudiera desflorar todo un rosal mimado pacientemente por el jardinero. La valla de espadas forjadas de la Glorieta, un cuadrilátero amedrentador con el tenderete para la banda de música situado en el centro, cerraba sus cuatro puertas por las noches para proteger el paraíso, antes en invierno que en verano (cuando llega el calor siempre se amplía el horario para disfrutar de la fruta prohibida del árbol del conocimiento del bien y del mal). Por la mañana llegaba “El Guardieta” arrastrando entre geranios sus alpargatas negras de esparto (con el meñique de cada pie fuera) y abría a los ilicitanos los paseos de tierra con forma axial delimitados por quioscos en los cuatro vértices: Rico y Burló vendieron allí quintales de prensa, cromos, pipas, almendras garrapiñadas, chicles. Los niños más pequeños jugaban a las canicas o a la comba o a la rayuela en el centro; los padres los vigilaban caminando en círculos; los jóvenes giraban, los chicos en una dirección, las chicas en la otra, y se hacían los encontradizos y formaron infinidad de parejas durante décadas. Los niños más revoltosos, que iban solos, triscaban por los parterres y “El Guardieta” los ahuyentaba con un látigo hecho de palma. Sigue leyendo


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Diario Dedé

imageEl primer diario que escribí todavía andará por ahí en alguna caja de cartón después de haber pasado décadas en cajones de cómodas o en baúles llenos de trabajos del colegio y apuntes del instituto y la universidad que sobrevivieron a mudanzas y hogueras. Hace poco encontré el diario que escribí en Nepal, tenía tapas duras y páginas blancas como la mayoría de libretas utilizadas para escrituras más o menos literarias. Luego los soportes fueron digitales, primero en armatostes de teclas casi tan duras como la máquina de escribir de mi abuelo, luego en mi primer portátil y desde un antiguo caserón de Pensilvania. Ahora estoy deslizando la yema de mi pulgar y se dibujan líneas calabaza sobre un teclado virtual que manda palabras a una mini pantalla de mi teléfono. A quien se lo dijera ahora me colgaría de los talones y me haría negar tamaño sacrilegio escritural mientras me golpeara con una regla en los tobillos.

Mi vocación de escritor se despertó con los diarios y esos cuadernos de tapas duras y hojas color hueso. Ahí depositaba esporádicos pensamientos sacados de vivencias juveniles, esperanzas y deseos confesables. Nunca imaginé que esos artefactos de aromas románticos hoy se transformarían en un trozo de plástico táctil hecho en China. Lo que sea con tal de no dejar de lado mi antigua vocación.