Mundo Dedé

Borradores de la mitad de mí

Esclerosis, mon amour

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Pulso con dos dedos. Poesía digital, diría mi padre. Por el dígito, aclararía. Uno de los chistes familiares, más viejo que la tos, que repitieron y repitieron y explicaron y explicaron y repito yo ahora impunemente.
Escribo chamuscado por la informática, ese nuevo invento para torturar a seres inocentes, como antes existió la televisión o el luteranismo, dice Eugenia cuando apaga la aspiradora. Si voy al infierno, me darán un trabajo de informático para la eternidad. Sin horarios ni seguridad social, como mi antiguo trabajo en el periódico.
Debió ser ese el motivo de mi esclerosis, diría mi hermano. Los mosqueos ante la pantalla del ordenador, digo yo. Cuando usaba pc y hubiera asesinado sin importarme en ese momento pasar 40 años en chirona, hubiera sido de los que pegan 60 puñaladas aún sabiendo que con la primera había suficiente.
Hay otros motivos, según he sabido después fruto de mis 11 años de investigaciones y mamarrachadas paralelas. Ahora no entraré en ello, sobre todo porque es largo de explicar y estoy profundamente cansado. Es un cansancio interno, íntimo, un eco de la tensión constante de mi sistema nervioso. Luego hay otras capas de dolor, o más bien de cansancio, o rigidez, o espasticidad. Siento los avatares del sistema nervioso central, al igual que todos los seres sufrientes. Pero luego, a otro nivel, hay más estratos de percepción sensorial, sin entrar en la extrasensorial. Como un sistema debajo de otro sistema, debo tener otro cableado además del evidente. Y ese también se retuerce y grita. No sé de quién es, aunque he delimitado el grupo de sospechosos.
Lo de los dedos tiene su aquél. Los índices son de los pocos que poseen sus facultades originales. Disminuidas, pero útiles, al fin y al cabo. Soy yo el que toca parcialmente, al que se le impide acceder al plano táctil en su plenitud, el que no puede descargarse la última versión del software. El que lleva una aplicación básica. No Premium. Y de manera similar, al que que la realidad se le vuelve irreal, los objetos físicos le molestan, se le caen de las manos, le golpean, las paredes se interponen, los automóviles se emborronan en la carretera monótona. Y lo peor: veo a la presentadora del telediario doble.
Y al fin y al cabo, o a la postre, me alegro. El primer ingreso fue largamente deseado, supuso el fin de una época y el comienzo de otra. Terminó con una etapa dolorosa y comenzó otra invalidante, incapacitante, con otras habilidades, se dice ahora, pero, al fin y a la postre, at The End Of The Day, reveladoramente vital, jodidamente feliz. Y lo dice alguien que no cree en la felicidad. Y quizás por eso, al fin y al cabo, soy feliz. Finalmente.
Como ves, también soy de los que explican el chiste. El chiste que es la vida, que se cuenta a pesar de que muy pocos se rían, y además se explica para volatilizar la poca gracia que pudiera tener. Con dos dedos.

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