Mundo Dedé

Borradores de la mitad de mí


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24 de diciembre de 2021

Ayer viví una carrera de obstáculos pandémica o esto que ya va pareciendo pospandemia pero que todavía no lo es. A la consabida gimcana para salir de casa esquivando botes de pintura, escombros y socavones se unió luego el sarscov2.

Un par de veces al año voy para hacer bulto a la comida de empresa de un amigo. La cosa empezó con la lectura del pasaporte covid en la puerta del restaurante. Algo que he conseguido in extremis por razones que paso de explicar ahora. Comimos de gloria bendita ostras a la emulsión de Bloody Mary y zumo de granada, croquetas, barquillos de chipirones con all i oli y solomillo al foie. Todo ello remojado con un Ribera de no te menees.

Estuvimos a punto de subir a la noria del parque y finalmente caimos en la tentación de visitar el Belén. Nos hacemos mayores. No fuimos a ver obras porque ya tengo una en mi casa. Me congelé bastante sentado en la silla de ruedas mientras tomábamos infusiones de cantueso. Superé las últimas pruebas con ayuda de Manolo y Damián y me desplomé nada más llegar a mi Segundo sin ascensor (de momento).

La sorpresa vino al rato de decir prueba superada. Mi amigo dio positivo en un test de esos. Conclusión: toca navidades encerradas hasta que se despejen las dudas víricas. En realidad, ningún problema. Casi prefiero el aislamiento viendo «Qué bello es vivir» en bucle.


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Esta mañana he tomado mis 13 pastillas habituales de golpe porque estaba convencido de que llegaba tarde a mi cita con Virginia, que es quien mejor me cuida los pies.

Después del atracón de suplementos vitamínicos, esperar la hora que creía que me faltaba y bajar las escaleras superando los bombardeos de Sarajevo, Kosovo y Kabul (mi edificio está en obras para construir el ascensor), he llegado en silla de ruedas a la clínica de mi podóloga. Es una chica hiperactiva probablemente guapa, es que hace ya tiempo que no sé cómo es nadie. Después de un café totalmente innecesario me ha recogido Jose, de la Cruz Roja, al que he visto por primera vez la cara cuando ha llegado su café con leche. Juro que no me lo imaginaba así.

A continuación he estado postrado frente a Marina y su auxiliar de estética odontológica, dos mujeres que pasan sus días observando las bocas abiertas de personas que regurgitan. A ellas sí que las he visto porque llevaban máscaras de metacrilato. Una hora y 45 minutos después, me han liberado tras pagar fianza y Jose me ha devuelto amablemente a mis escaleras. Ya las subo con ayuda de unas gomas elásticas. Un descubrimiento reciente que me ha permitido con meses de retraso ver las caras semiocultas de la peña. Tras mascarillas, metacrilato o café con leche.