Ayer viví una carrera de obstáculos pandémica o esto que ya va pareciendo pospandemia pero que todavía no lo es. A la consabida gimcana para salir de casa esquivando botes de pintura, escombros y socavones se unió luego el sarscov2.
Un par de veces al año voy para hacer bulto a la comida de empresa de un amigo. La cosa empezó con la lectura del pasaporte covid en la puerta del restaurante. Algo que he conseguido in extremis por razones que paso de explicar ahora. Comimos de gloria bendita ostras a la emulsión de Bloody Mary y zumo de granada, croquetas, barquillos de chipirones con all i oli y solomillo al foie. Todo ello remojado con un Ribera de no te menees.
Estuvimos a punto de subir a la noria del parque y finalmente caimos en la tentación de visitar el Belén. Nos hacemos mayores. No fuimos a ver obras porque ya tengo una en mi casa. Me congelé bastante sentado en la silla de ruedas mientras tomábamos infusiones de cantueso. Superé las últimas pruebas con ayuda de Manolo y Damián y me desplomé nada más llegar a mi Segundo sin ascensor (de momento).
La sorpresa vino al rato de decir prueba superada. Mi amigo dio positivo en un test de esos. Conclusión: toca navidades encerradas hasta que se despejen las dudas víricas. En realidad, ningún problema. Casi prefiero el aislamiento viendo «Qué bello es vivir» en bucle.