Mundo Dedé

Borradores de la mitad de mí


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Irela de blanco

Irela de blanco

Irela de blanco, va ella de blanco, en la foto negro y blanco, la sonrisa instantánea en los veintipocos años, se sonríe desconfiada de su velo blanco, que vuela y flota y vuela el velo de encaje tan grácil y blanco, mi querida Irela, que aparece tan tenue en esa niebla de 21 grados al sol del Mediterráneo, difuminada en átomos pixelados de calor blanco, con olor a polvo, a algarroba y a gato, salen propulsados astros de tierra frente a la perspectiva candente del paisaje quemado, espuma de limón, amarillo blanco.

Sale Irela de su vestido blanco y se introduce en otro cuerpo pecaminoso y santo para recorrer tierra y charcos en una rayuela de asfalto, en un alquitrán amargo, en columpios con sabor a acero sin óxido, templado, ofensivo, de patio de colegio vuelto del revés y rubio y de ojos claros como aquel mar Mediterráneo de años después, diáfanos y verdes en los miradores de romero y salitre, de refugios blancos como pequeños torreones áureos.

La juventud puede ser decididamente anciana si la vivimos en su reverso sobrenatural, amigos, hermanos. Son niñas que callejean arriba a lo largo de muros gastados, sucios de pintadas a mano, de encalados municipales y humo de ciclomotores. Los años jóvenes, ay sí, me recuerdan a la Cocacola caliente de los cumpleaños, a la paella helada del centro social y al cigarrillo rubio de las compañeras de patio, igual que al negro del profesor bajo un plátano de hojas abanicadoras y cargadas de rocío blanco.