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Sé el próximo Rodríguez

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Se ha hablado mucho de la última película que me ha impresionado. Las letras de este hombre, Rodríguez, fueron el himno contra el apartheid en Sudáfrica. Vendió en aquel país millones de copias. Una generación entera las cantó, era más famoso que los Beatles y los Rolling juntos, según dice la publicidad del documental, “Searching for Sugarman”. Y mientras, él trabajaba como obrero en Detroit sin tener ni idea de lo que estaba pasando al otro lado del mundo. Quizás mejor para él, teniendo en cuenta el tipo de hombre que ha conseguido construir a los 70 años, un ser enfocado, tranquilo, que le quita importancia a todo este lío que ha provocado el filme y el Oscar ganado con su increíble historia. ¿Qué habría pasado si hace 30 años hubiera bailado sobre un escenario con Nelson Mandela? ¿Y con Madonna? Pero no, sacó dos discos en los 70 que no tuvieron éxito en EE. UU. y se fue a currar de paleta para dar de comer a su familia.

No es eso lo que me ha impresionado de la historia, que también. Es emocionante que a un hombre se le redescubra ya en el tramo final de su vida, después de tantos años de anonimato. A mí lo que me ha llamado especialmente la atención es que aquellos versos que escribió de joven finalmente no cayeran en el olvido, que cobraran vida propia por arte de birlibirloque y que alguien los rescatara, les limpiara el polvo y nuevos oyentes hayan llegado a ellos por un azar del cosmos poco frecuente. El mensaje puede ser: no somos tan prescindibles, o dándole la vuelta, somos imprescindibles. El universo está esperando a que plasmemos unos versos para confabularse (como diría Coelho) en tu favor. O mejor, el universo espera a que decidas cómo contribuir a esa inmensa rueda y así incluirte en ella de la forma más insospechada.

Rodríguez pasó de ser un padre de familia jubilado a volver a dar conciertos ante 50.000 personas por todo el mundo, sus canciones suenan en todas las emisoras. Aquellas cuartillas han llegado a un público masivo como por arte de magia. Pero lo que más me gusta del asunto es que si no hubieran llegado a tanta gente, a Sixto Díaz Rodríguez no le hubiera afectado en lo más mínimo. Está aprovechando en la medida de sus achaques su segunda juventud pero estoy seguro de que si no se hubiera hecho famoso gracias a la película, su vida hubiera sido igual, quizás mejor. Me lo imagino tocando la guitarra en su cocina de Detroit, rodeado de nietos, vestido de negro, anillos de plata con formas luciferinas y gestos de estrella del rock (un obrero estrella del rock).

Nada cae en saco roto, cualquier cosa que se te ocurra poner en práctica puede cambiar la vida de la gente, tu energía es tan necesaria como la de todas las que componen este planeta en el que vivimos. Escribe esos versos, futuro Rodríguez de Detroit, quizás seas el que mueva a los revolucionarios contra la opresión que sufre el pueblo por este sistema económico injusto en España, Brasil, o tantos otros lugares de esta pobre Tierra. Escribe esos versos, baila con el futuro Mandela anticapitalista sobre un escenario, y con la futura Madonna. Y si no es así, si no te ves bailando, conserva tus ropas negras sea cual sea tu trabajo que a lo mejor a los 70 todavía puede darse la casualidad esencial de que cambies el mundo. Pero lo mejor de todo es que si nada de eso ocurre lo que es seguro es que al menos te habrás cambiado a ti mismo. Y cambiarte a ti habrá sido cambiar el mundo.

Me acuerdo de mi padre al escribir estas líneas, alguien que se dedicó a plantar semillas a través del teatro, que hasta el último momento puso en práctica sus sueños, sus versos particulares de Rodríguez, en este caso González, que cambió el mundo a través de cambiarse él mismo desde que meaba de bebé en un escenario del exilio, como contaba ayer mi tía Helia en la clausura de su festival.

Todo para que todos esos recuerdos no se pierdan como lágrimas en la lluvia.

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